Cierto, la vida se hace en momentos…


Blog escrito por: Laura de Lunne

Enero 1° 2013

TERCER ESCRITO:

Somos la única chispa de luz, con vida propia, avancemos sin temor,

Hasta mañana!


viernes, 15 de marzo de 2013

ZAPATOS DE CHAROL CON POLAINAS, SOMBRERO DE BOMBÍN Y BASTÓN





PAPÁ
Capítulo IV, Tercera y última Parte

Poco más queda para hablar de papá; ahora que finalmente lo he recordado se va la remembranza a ocupar tranquilamente un lugar en el cofre dorado de mis recuerdos.
He de agradecerle la libertad en que crecí con su apoyo, aunque hubiera sido en ocasiones lejano. No obstante yo acerqué los caminos, fui a verle al pueblo de  Barroterán en donde era maquinista del Ferrocarril -en esa época de mis casi quince años-, para decirle que quería estudiar una carrera. Estuve haciendo junto a él, el recorrido de su trayecto en su cuidada máquina (aunque no era permitido) y de esa platica también obtuve la audacia y fuerza para realizar mis sueños, porque me dijo  “si Colón atravesó el mar” porque no vas a poder tú hija, irte a estudiar a Saltillo? Yo te apoyaré mientras viva.
Durante siete años viajé en tren, de mi pueblo a la capital del estado para ir a mi Universidad  y viceversa. Era mi forma de vida, mi contacto común  todo lo relativo al ferrocarril.
Las “corridas del tren” -como se llamaban a los trayectos que estaban determinados en las líneas del ferrocarril- en que papá trabajó fueron dos de las más importantes a nivel nacional, las de Piedras Negras-Saltillo y Saltillo-San Luis Potosí. Para viajar como pasajero de Saltillo a San Luis había dos trenes; el “pollero” (no recuerdo el nombre) que salía a media mañana y llegaba a primeras horas de la noche y el Águila Azteca que venía de Laredo rumbo al Distrito Federal y que abordábamos en Saltillo alrededor de la una de la madrugada, lo cual era fatal para mí por la desvelada.
El Maquinista del tren y el Conductor del mismo, eran los jefes máximos de dicho medio de transporte. A veces oía discutir-platicando a papá y mis tres hermanos  todos ferrocarrileros, quién realmente era el jefe del tren; papa me lo explicó así: el Conductor dirige el movimiento del tren (de pasajeros) pero el maquinista es quien echa a andar o no la máquina y lo lleva por su camino, con el cuidado y protección que se requiere, porque aunque el tren tiene sus propias vías y no puede salirse de ellas, hay automovilistas o camioneros que ignoran las señales de los cruceros y es cuando el maquinista debe ir muy alerta. Luego, finalmente con la cabeza girada a un lado me dijo, el jefe del tren es el conductor. Todavía me gusta recordar, que aun haciendo un esfuerzo, me dijo la verdad.
Sí, papá era el maquinista del tren; desde aquel “pasa-carbón” de la máquina de vapor llegó al cargo más alto en el área de transporte que un trabajador llegaba en su época. Lo logró en base a los estudios que realizó para aprender el manejo y cuidado de la compleja máquina diésel, conocimientos que pocos adquirían.  Y desde tener dos mudas de ropa en sus inicios como trabajador del nivel básico, llegó a la elegancia con que vestía en San Luis Potosí  -cuando ya era maquinista del ferrocarril-, donde vivió la Familia por más de diez años.
Sombrero de bombín, zapatos de charol con polainas,  bastón,  mancuernillas y fistol a juego. Fue la época de lectura también,  de aquellos poemas famosos como “GLORIA”, del poeta Salvador Días Mirón que me recitó de memoria mientras conducía su máquina diésel en los caminos de Barroterán, Coahuila:
No intentes convencerme de torpeza
con los delirios de tu mente loca:
mi razón es al par luz y firmeza,
firmeza y luz como el cristal de roca.
... .
A través de este vórtice que crispa,
y ávido de brillar, vuelo o me arrastro,
oruga enamorada de una chispa
o águila seducida por un astro.
… .
¡Deja que me persigan los abyectos!
¡Quiero atraer la envidia aunque me abrume!
La flor en que se posan los insectos
es rica de matiz y de perfume.
… .
¡Depón el ceño y que tu voz me arrulle!
¡Consuela el corazón del que te ama!
Dios dijo al agua del torrente: ¡bulle!;
y al lirio de la margen: ¡embalsama!

¡Confórmate, mujer! Hemos venido
a este valle de lágrimas que abate,
tú, como la paloma, para el nido,
y yo, como el león, para el combate.

Ese fue papá, q.e.p.d.

viernes, 8 de marzo de 2013

“DE TORREÓN A LERDO”



 
Capítulo IV, Segunda Parte

Una mañana que caminé con papá por el pueblo, pasamos por una cantina que estaba en la esquina de Juárez con calle Presidente Carranza y abrió las puertitas batientes y  me llevo de la mano hasta el mostrador del bar diciéndome que no mirara a los cuadros de las mujeres desnudas que había en la cantina (y que no era nada malo, porque el cuerpo humano era bello), y ahí me mostró en lo alto de la pared detrás de la barra, una perforación, y dijo que él la había hecho con su 45, una tarde que festejaba algo con amigos y escuchó “De Torreón a Lerdo”.

Pidió una cerveza y un refresco para mí, ante las protestas del barman que decía que no debía estar ahí una niñita; yo me sentía grande e importante sentada ante la barra de aquel bar; además papá decía que una cerveza se tomaba más a gusto ahí que en casa porque ahí había donde poner “la patita”, sobre una barra metálica que se encontraba en la parte baja, y aunque yo no alcanzaba desde aquellos bancos tan grandes de madera, sí disfrutaba de esa platica de igual a igual ( o de casi-igual según me creía en ese momento).

No fue el único lugar al que fuimos, llegamos con el “peluquero” y ¡ála! me sentó en la silla de la peluquería de asiento rojo y brazos metálicos brillantes y le dijo a Don Isaías, córtale el pelo a la niña, y se salió a la puerta a platicar con alguien. El barbero salió tras él, algo angustiado diciéndole, oye Tadeo no me dejes ahí a la niña, yo soy peluquero no estilista! Y yo? Callada y seria por supuesto! ¿Cómo iba yo a decirle algo a mi “papá-amigo” con el que andaba de “parranda”? Tuve que esperar más de 3 meses a que me creciera el pelo como niña…

Sí, lo conocí y conviví con él, en momentos de calidad más que de cantidad, como ahora lo puedo ver. Y disfruté también de ver el respeto con el que se trataban mi madre y mi padre. Ella era “Lala” para él y mi madre lo llamaba “Don Tadeo” y el último deseo de mi Padre fue que lo llevaran a su casa, con Lala, donde ella lo veló sentada a un lado de su féretro toda esa noche.

Seguro que papá tubo defectos, pero en este recorrido que hago por mi vida, en el privilegio de estarla re-viviendo y re-encontrándome, me doy cuenta que lo que pudo ser amargo, como no verle a diario, se ha convertido ahora en el conocimiento de “así es la vida” y “esto es lo que hubo”. Fue vida, me quedo con los buenos recuerdos que me impulsan a caminar esta tercera parte de vida que he iniciado y ¡adelante!, aprendiendo ahora de las enseñanzas, consejos y comentarios de Carlos Manuel,  Laura Gabriela, Susy, Alejandra,  Lupita, la tocaya Carmen, Lolina, Carlos y más personas que comentan mis escritos.






sábado, 2 de marzo de 2013

PAPÁ






Capítulo IV


Papá se fue de casa dos meses antes de que yo naciera.

Creo que cuando uno no tiene padre, busca uno, trata de encontrarlo o al menos, ver como es un padre; yo vi en una ocasión a un padre bueno, el papá de Rita, una noche que se me hizo tarde jugando en su casa vi al papá que se acostó en una cama de las que se ponían afuera de la casa en verano para dormir y a su lado se acostaron los dos hermanitos de Rita, la mamá y luego ella brincó a la cama y se acostó con todos ellos; los vi y me quedé como si viera el nacimiento del niño Jesús con árbol, esferas y luces de colores incluidos… era maravilloso, era un papá con hijos. Repentinamente la madre de ellos me vio y en tono enojoso me dijo, y tú que haces ahí parada? Vete a tu casa, ya es muy tarde; le contesté  que Rita me había dejado quedarme ahí viendo, porque me gustaba ver a un papá con sus hijos, y en ese momento Rita  me decía que me sentara en la orilla de la cama porque el padre iba a platicarles un cuento, pero la madre me sacó de la casa.

Cuando ese papá murió, le llevé todas las flores de jazmín que había en las macetas de mamá, formando un pequeño ramito de 6 o 7 jazmines, pero la madre de Rita, esposa de aquel señor, las quitó de su ataúd en donde yo las había puesto en una pequeña copita de cristal y las tiró al piso, gritando que yo siempre lo había querido… cierto, apenas tenía 12 años y todavía quería a aquella figura de un papá… que no recuerdo ni como se llamaba.

Supe que mi papá fue un buen hombre, pero no sé qué significaba eso para mi madre que era quien me lo decía. Al parecer un buen hombre era aquel que nunca maltrató a su familia, que apoyó en sus estudios a sus hijos, que les proveyó de alimentos –excepto un corto período de tiempo en que los abandonó-, que era caritativo con los más pobres o más necesitados que él mismo.

Yo hubiera querido que fuera a dejarme a la Escuela, que lo hubiera esperado al regreso de su trabajo, que hubiera calentado las tortillas para que cenara, que hubiera ido a la esquina a comprarle una navaja de rasurar Gillette roja o una brillantina Jockey Club y en un momento de poco dinero, una de marca Palmolive incluso.

Pero no fue así, solo lo veía cada dos o tres meses cuando llegaba a casa con “un mosca” (aprendiz) a su lado ayudándole a cargar un “guajolote” vivo y dos redes de ixtle con verduras, futas, quesos y dulces Larin. Esos días que estaba en casa, ésta se miraba diferente. Estaba muy limpia desde la mañana, con mantel en la mesa para Don Tadeo, toalla limpia en el lavamanos y en general se notaba que algo vibraba ahí.

De las cosas que me dijo, que no recuerdo que hayan sido más de diez ocasiones en mi vida, recuerdo la referente a los dulces Larin, comentando que el costo de la bolsita equivalía a la posible compra de 5 bolsitas de dulces baratos, pero que era mejor saborear pocos buenos que muchos malos.

Se contaban cosas buenas de papá, como aquel invierno que regresó a casa sin su chaqueta/Maquinof, porque se la regaló a alguien que encontró en plena helada, durmiendo en la Estación del Ferrocarril en pura camisa.

Lo que me gustaba tanto a mí, era verlo darle cuerda a su reloj reglamentario de ferrocarrilero, siempre a la misma hora cada noche, pues decía que su vida y la de mucha gente dependían de la exactitud de sus relojes que marcaban la entrada y salida de los trenes, evitando así que pudieran chocar.

También me gustaba ver que regularmente miraba una enorme pala de metal, que estaba en casa, y decía que cuando él había sido “pasa-carbón” en la máquina de vapor del ferrocarril, vivió la etapa más dura de su vida y comentaba como debían alimentar el fuego de aquellas locomotoras que les quemaba el rostro al acercare a vaciar el mineral a su caldera y la diferencia después con la máquina diésel. Esa pala y un reloj de oro de bolsillo -reglamentario de los FFCC NdeM- los conservo en mi casa, al día de hoy.

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