Un diálogo conmigo misma.
Con la inocencia del amor, nace la confianza y pides
a quien crees que te quiere, que te ayude; lo haces sin dudar que dicha persona va a darte su socorro; esa acción que pides a tu amigo (generalmente)
la consideras muy natural porque es lo que tú harías si te pidiera ese mismo
ser, una ayuda – o quizás ya lo has hecho-.
Y esa ayuda no se realiza por ese alguien a quien
pediste… Porque? Porque pediste al pequeño, al miserable como tú, a ése
necesitado que no tiene para dar igual que no tienes tu, que pides. Entonces…
pide al universo! Caramba! Pide a tu Creador, pide a esa energía que te
mantiene con vida, a esa fuerza que te alienta a caminar y a hacer.
Ahora bien. es cierto que quien da es rico. Puede
dar. En su corazón hay tal suficiencia que puede dar. Es el afortunado, es el
que no es miserable en este “valle de lágrimas”, es el que ha superado la
adversidad. Como aquella viuda mujer de la anécdota que da unos centavos de su
escaso morralito de monedas… Que sentimientos pudieron pasar por ese corazón que
se condolió de quien miró un ápice menos válido que ella en ese momento? Que
capacidad de empatía, que cantidad de amor por otro. Era plena en ese momento,
seguro que tuvo una instantánea visión del universo. Era amor. Amor en la
plenitud de la palabra, esa entrega del espíritu para unirse a ese otro, “su
otro yo eterno” sin pedir ni esperar nada, ese “mi amor está con vosotros” no
el condicionante “te quiero si me quieres” o “te doy pero cuando yo necesite tú
me das o me pagas lo que te doy de alguna manera” Como si la oportunidad de
estar en esta vida ese x tiempo ya la hubiéramos recuperado. Ya hubiéramos evitado
morir. Ese error en el que vivimos.
¿Aún no aprendes que la muerte no existe? Porque? Porque no existe lo imposible. El
morir no debemos considerarlo existente, lo sé, y espero que pronto la
evolución de este ser que ahora llamamos humano llegue a recapturar su ADN
manipulado y recobre su herencia genética para evitar esta desaparición prematura
de esta vida cuando apenas empezamos a abrir los ojos para entenderla, para
vivirla, a eso de los 120 años…
Pero volviendo al punto de tu pedir, y como dice el dicho, “No tiene la culpa el
gringo, sino quien lo hace compadre…” o se dice, el indio?
Hasta el próximo lunes.