El silencio que viajaba aquel día en el vagón de primera
clase del ferrocarril Monclova-Saltillo no había comprado boleto, sino que acompañaba
a aquel pasajero recostado en los dos asientos del tren que exhalaba dolor. Se
supo que lo llevaban a Saltillo porque iba muy enfermo y que desde la Ranchería
en donde vivía no había otra forma más rápida para trasladarlo al hospital. En
voz baja se comentaba algo que los niños no alcanzábamos a oír por lo que
interrumpimos los juegos para acercarnos a nuestra familia, y enterarnos, que
el pasajero no podía orinar.
No teníamos comentarios, no entendíamos como era posible que
alguien no pudiera orinar. Así continuó el viaje en donde los ruidos propios
del tren al pisar los rieles nos ayudaban a eternizar el momento, largo momento
para asimilar lo que sucedía.
Repentinamente otra figura extraordinaria se vio avanzar por
el pasillo del vagón del tren, era un hombre delgado y muy alto para el común
de los habitantes de la región y vestido con una levita negra y sombrero alto
del mismo color. Entonces se borraron las escenas anteriores y solo el hombre
destacaba caminando lentamente entre el bamboleo del tren, dirigiéndose hacia
el enfermo.
Se oía la respiración de los pasajeros ante la ausencia de
cualquier otro sonido.
El hombre de levita y sombrero negro regresó a su asiento
tan calmadamente como se fue. Y dos señoras empezaron a pasar por los asientos
del tren pidiendo que les regaláramos las cebollas que lleváramos, incluso
aquellas que estuvieran mezcladas con comida siempre y cuando no estuvieren
cocinadas, como las de mi lonche de
jamón y aguacate. Entonces, entre mantas sostenidas por algunos pasajeros, el
Dr. Galarza (supe su nombre 30 años después por pura “coincidencia”), colocó
las cebollas que se pudieron recolectar, al parecer, sobre el área de la
próstata y/o también sobre los genitales del cuerpo del pasajero enfermo.
Poco a poco se fue escuchando ruido de voces en aquel vagón del silencio y
finalmente, el pasajero enfermo se levantó a orinar al baño del vagón. La gente
reía, comentaba, daba recetas, platicaba anécdotas parecidas, y se lamentaba
jocosamente de que a sus tacos les faltara la cebolla.
Al llegar a la Estación de Saltillo, apenas se detuvo el tren
subieron rápidamente dos jóvenes con una camilla, para mirar entre sorprendidos
y alegres que el pasajero enfermo bajaba del tren por su propio pie.
Ese día supimos de propia experiencia las aplicaciones de la
cebolla como remedio, y treinta años
después conocí a la hija del Dr. Galarza y las fantásticas historias de sus
hermanos que hablaban con los pájaros, pero eso ya es historia para la
siguiente narración, no creen?
Próximo miércoles: LA MORAL DE UNA DAMA "INMORAL"
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