Sucedió en la
ciudad de San Luis Potosí, en la casa de Don Miguel, Jefe de Estación de los
Ferrocarriles Nacionales de México de esa localidad, en la calle Valladolid, cerca del Mercado
Tangamanga.
Aquella
madrugada, habíamos tomado el majestuoso tren Águila Azteca en el transbordo
obligado de Saltillo Coahuila rumbo a México D. F a donde terminaba su
recorrido proveniente de Laredo Tamaulipas. Luego de aclimatar rápidamente el
cuerpo entre los 45 grados o más de aquellos veranos en la zona norte del país a
los 12 o 13 de las frescas mañanas potosinas, nos dirigimos a la Cafetería de
la Estación del Tren para tomar café con leche y pan de dulce antes de ir a la
visita obligada por amistad y aprecio a Doña Narcia, su hijo Miguel y entre
paréntesis, siempre entre paréntesis a Don Antonio, hermano de Doña Narcia quien
estaba siempre semi-presente. Don Miguel había sido Jefe de Estación en esa
Capital del Estado y ahora jubilado y muy enfermo de diabetes, vivía ciertos
días en su casa materna -para acompañar a su anciana Madre- y otros días en su
casa matrimonial con su esposa e hijos.
Finalmente
estábamos en San Luis, al fin podríamos ir al Mercado San Pedro a comer tunas
cardonas, malteadas de fresa y sin fallar los tamales de olla y champurrado en
aquella esquina del mercado en donde pese a que transcurría un año entre visita
y visita siempre reconocía a mi mamá la dueña del lugar quien de manera
asombrosa estaba todos los días de lunes a sábado, sin fallar, en ese lugar
vendiendo esa comida barata e indispensable para la dieta de tanto trabajador
que acudía a consumirla diariamente; porque la mayoría de los compradores eran
gente sencilla y humilde a quien dicha señora vendía más barato sus productos
que cualquier otro lugar del mercado, y a quien mi madre entregaba generosas
propinas pidiéndole que ayudara a quien más lo necesitara, como a su hijo, mi
hermano Estroberto quien vivía en esa ciudad (no había querido regresarse a
vivir al Norte del país cuando cambiaron a mi papá a la zona norte de los FFCCNN)
y a veces sobrevivía de manera demasiado estrecha económicamente.
Así que,
dispuestos a pasar varios días de vacaciones, nos dirigimos a casa de Don
Miguel y justo cuando se abrió aquella puerta verde despintada por el tiempo y
de entre sus dos hojas con fijos de vidrio a los lados, asomó ligeramente una
canosa cabeza de viejecita de trenzas entrelazadas en corona sobre su frente, y
aquellos ojos de mirada fuerte que contrastaban con la apariencia de fragilidad
que denotaba su anciano cuerpo, nos miró y sin cambiar la expresión nos invitó a
pasar como quien no tiene otra opción… volví a recordar aquellos días cuando
Don Antonio vivía también en ésa casa y la impresión que tuve cuando supe que
durante 20 años había estado durmiendo en un clóset del cuarto de su hermana
Narcia sobre un solo petate y con un ladrillo rojo por almohada….
Continuará (Domingo)
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