“Eran como las dos o tres de la madrugada cuando oí
gritos de dolor que salían del cuarto frente al nuestro, en el hotel en donde
se hospedaba tu padre, cuando llegaba de viaje a Saltillo; salí al pasillo y me
quedé escuchando aquellas exclamaciones de dolor que no cesaban y toqué en la
puerta de donde emanaban diciéndoles que si alguien necesitaba ayuda, que yo
era la esposa de Tadeo G. maquinista de caminos de los FFCCNN quien se encontraba hospedado
en el hotel; casi inmediatamente se abrió la puerta y un hombre se asomó
sujetándose los pantalones y diciendo que necesitaba ayuda, que tenía un
terrible dolor de estómago; ante tal situación le dije que mi esposo llevaba
siempre en su maleta de viaje, medicinas y que iba a ver que podía servirle, el
hombre me dijo que si tenía sal de uvas picot sería bueno porque él creía que
alguna comida le había caído mal; fui al maletín y encontré solo un frasco con
polvo blanco que me decía Don Tadeo era medicina para el estómago, le serví dos
cucharadas soperas en un medio vaso de agua y se lo di a tomar; a la mañana
siguiente vimos en el restaurante del hotel a dicho hombre quien fue a darme
las gracias y me preguntó que le había
yo dado a beber que había estado algo amargo y difícil de pasar y le había
parecido diferente a la sal de uvas, aunque le quitó milagrosamente el cólico y
el problema estomacal; y tu papá le dijo
que era carbonato…”
Ciertamente, en verano viajábamos por tren y nuestra primera
parada saliendo de nuestro pueblo era Saltillo, Coahuila. Cuando llegábamos a
la estación del ferrocarril, con sus faroles de focos que apenas alumbraban el
andén y el aire frío como gota de agua suspendida del tejado y ya convertida en
candelilla, nos bajábamos con esa lucha entre combatir el frío repentino
–después de haber estado en nuestro pueblo cuya temperatura promedio en verano
siempre es de 38° a 44°- y el alborozo
por estar ya en el inicio de las vacaciones de verano.
El viaje en sí mismo era una aventura.
Durante el trayecto de Estación Monclova a Saltillo
el Encargado de la venta de bebidas, dulces y sándwiches ya había agotado sus
mercancías y algunos señores habían tomado algo de más por lo que llegaban
dormidos a la Estación, si no hubiera sido por el boleto que el Conductor ponía
en el cintillo de su sombrero –previendo su ausencia de la realidad por el
exceso de licor-, no hubiera sabido cuál era la Estación en que debían
descender del tren ; las señoras había conversado intercambiando recetas de
cocina y de algunas curaciones caseras o tips del uso de hierbas buenas para…
Los niños, habíamos tomado posesión de la parte media entre dos asientos
reclinables –en el vagón de primera clase- que al unirse respaldo contra respaldo
formaban una especie de cueva que algún niño tomaba como propia por todo el
viaje y ahí se la pasaba jugando o entrando y saliendo a su escondite, incluso
se dormían tranquilamente en ese espacio.
Así que al llegar a Saltillo, la ciudad, esperábamos
encontrar novedades, gente distinta,
diferente. En esas ocasiones íbamos a cenar al Restaurante de la Estación o a
algún otro de los que se encontraban
enfrente con el rico menudo que gusta tanto a los mexicanos y a donde mi mamá audazmente iba con la
familia a esperar a Don Tadeo que llegara a cenar a aquel lugar “en donde no
era conveniente que entrara una mujer sin ser acompañada de un hombre” decían las
señoras, lo que yo siempre escuchaba en
aquella bruma entre diversas voces y viendo solo la parte media de sus cuerpos,
a mis 6 o 7 años. Otros platillos típicos eran siempre la carne guisada con
papas en salsa picante con tortillas de harina – insustituibles para los
norteños (que dicen “si son de maíz ni me las mientes (sic) si son de harina ni
me las calientes”) y las patitas de puerco lampreadas servidas con sopa de
arroz rojo. Se vendían los refrescos Barrilito y Doble-cola. No recuerdo marcas
de cerveza, solo que papá tomaba una o dos copitas de mezcal curado de frutas
antes de la cena.
De ahí, hala! de regreso a la Estación a esperar el
tren Águila Azteca, pero antes creo que es de rigor que diga lo que sucedió en
uno de mis últimos viajes de verano de mi niñez, cuando no hubo regocijo de
niños ni adultos, a causa de aquel hombre que venía de pasajero…
Continuará
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