Ella era la madre, la ciudadana, la que fue hija, la
mesera de aquella cantina y antes de ello, era “muchacha de la vida galante”
que como todos sabemos a veces no es tan galante. Pero ahora por sobre todas
las cosas era la mamá de aquella chica estudiante en la Escuela Normal del
Estado en la ciudad de Saltillo, Estado de Coahuila de Zaragoza.
La hija era su sueño, su anhelo, la posibilidad de
su salvación para salir de una vez y para siempre, casi como si fuera su
jubilación, de aquel ambiente de copas, pleitos de bar y ambientes escabrosos.
Esta era su conversación un día sí y otro también
cuando iba a la Carnicería “El Filete” a surtir la despensa para la
Fonda/Cantina en donde ahora era la Encargada de la Cocina y Mesas, después de
que tras tantos años y merecidos ascensos, había logrado llegar.
Durante más de tres lustros habido sido fiel –a
alguien se le es alguna vez- al “Salón
Fontana”, al que jamás había cambiado
como centro de sus labores por algún otro de los que en número de 5 a 7 por
cuadra había en aquel pueblo a lo largo de la calle Internacional, que comprendía 15 cuadras aproximadamente (sí,
era un promedio de setenta y tantos bares). Y esa cuenta correspondía solo a una calle de
ese Pueblo.
Algunos bares eran tranquilos, otros por donde la
gente no podía pasar y los pocos
aquellos por donde jamás se debía transitar; sobre todo por los dos que estaban
en aquella esquina del “Güero Mercado” a donde acudían los días domigo, aquellos hombres de las Rancherías
cercanas que llegaban en su mayoría a caballo
portando las armas que acostumbraban usar en el monte, ya fuera para realizar
la caza menor de la que se sustentaban o
para su defensa personal. En ese tiempo era una costumbre permitida y era lo
apropiado para esas labores en el campo, donde la víbora de cascabel no anunciaba
su llegada con anticipación; sin embargo el que portaran dichas armas en
el pueblo … podría ser discutible.
Y el tiempo cumplió años.
Uno, dos, tres, cinco años y un día aquella Dama llegó
a la Carnicería con aspecto diferente,
su rostro era el de una dulce madre de familia en donde al parecer por algún
milagro se habían borrado aquellas huellas de noches bulliciosas y días no tan
tranquilos y aquel gesto de reto ambiguo que seguro era parte de su quehacer
diario. Se iba del lugar, solo llevaba su bolso de mano y su abrigo; finalmente
su hija había terminado su carrera de Profesora de Educación Primaria y se
reuniría con ella en Saltillo para irse a un poblado del sur en donde la
profesora empezaría a trabajar en una Escuela Rural. De su vida anterior, no había
equipaje, solo su alma que había logrado trascender a ese azar de la existencia que le había
tocado vivir. Cambió su vida, cambió su ruta, modificó su destino. Volvió a Vivir,
esa mujer “inmoral” que supo ver el valor de lo moral.
(Hasta el próximo domingo! Si Dios quiere, Laura De Lunne)
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