Cierto, la vida se hace en momentos…


Blog escrito por: Laura de Lunne

Enero 1° 2013

TERCER ESCRITO:

Somos la única chispa de luz, con vida propia, avancemos sin temor,

Hasta mañana!


sábado, 23 de febrero de 2013

MI BARRIO


Capítulo III, Tercera y última Parte

Mi Barrio estaba en la calle Guerrero en la parte central de mi pueblo, hacia el Este se llegaba al arroyo y al Oeste con los rieles del Ferrocarril Saltillo-Piedras Negras que marcaban el inicio de “El otro lado” llamado actualmente La Occi.

De las casas de mi barrio, recuerdo la casa del naranjo, de la Familia Moncada, cuyo cancel era en  forma de arcos invertidos rematados con unas bolas de concreto y en las paredes de dicha barda se hallaban adheridas pequeñas piedras bola, esta casa me gustaba mucho y ahí comprábamos hojas del naranjo. El Sr. Moncada jugaba por las tardes al “Conquián” apostando 10 centavos en cada jugada y cuando una de mis hermanas quería ganar algo extra para ir al cine esa noche, iba a jugar con él, quien siempre o casi siempre perdía. Seguro que le importaba más la compañía.

La casa de Benjamín (con quien yo jugaba a correr a la esquina) vivían once hijos varones; ahí nos alquilaban el teléfono para llamadas que no debían pasar de 3 minutos. Más adelante, la casa de la esquina de la calle Guerrero y la Avenida Progreso, de la Sra. de la Tienda, quien entre las cosas asombrosas que tenía en su casa, contaba con un “aparato” hecho de algún material cerámico que contenía arena y cierto tipo de carbón  en su interior en el cual se vertía agua y en la parte baja de ese aparato, había una llave, por donde se extraía el agua filtrada. Vendía el vaso en 5 centavos.

A la vuelta de mi casa, estaba la Capilla del Sagrado Corazón de Jesús, La Casa de Dios para los creyentes, con flores frescas siempre, tanto por que las llevaban los novios que se casaban en la única Iglesia del Pueblo, como porque mi Madrina Raquel Guevara las tomaba de sus Adelfas que cultivaba en su casa, y de casas de los vecinos también. En el altar al lado de la imagen del Sagrado Corazón se encontraban dos ángeles de tamaño humano (que según recuerdo, hablaban conmigo, o eso creía) y en las paredes de los lados estatuas de la Virgen María y otros Santos. Los feligreses que no teníamos Banca a nuestro nombre debíamos sentarnos en la parte de atrás de la Iglesia, porque las Bancas de esta Capilla, de gruesa y fina madera pulida tenían en la parte superior derecha un pequeño recuadro sellado con vidrio en donde se leía el nombre de la Familia propietaria. Me parece que duraron así hasta alrededor de 1960. Fueron esos tiempos.

Frente a la Capilla estaba la Maderería; el hijo de la Señora Guerra, dueña de dicho negocio me regaló una vez el líquido de un termómetro que se le quebró y miraba asombrada los movimientos del metal líquido, lo colocó en un envase vacío de royal y me dijo que si lo guardaba iba a durar para siempre. Ese día creí que tenía un tesoro.

Enseguida estaba la casa de las margaritas sembradas en el jardín, en donde vivía un niño que no dejaba que los otros niños cortáramos flores, pero me dijo que si yo aceptaba ser su novia, permitiría que yo cortara flores; y como yo ya era grande, pues estaba en primero de kínder, acepté y entonces cortó una flor y me la trajo a la banqueta en donde me encontraba y me dijo que ya éramos novios.

Hubo dos casas maravillosas, una cuyos padres y sus cinco hijos regalaron ropa (cuando yo era una adolecente) a una Familia que vivía en el poblado de Sierra Mojada y que fueron a consultar al Dr. Rogelio por problemas de gripe y tos continua; el médico llamó a mi mamá y le pidió ayuda de las señoras que acudían a la Iglesia Católica para conseguir ropa para la familia, explicando que no estaban enfermos sino que no tenían con que abrigarse en un lugar tan frío. Esa familia que antes dije, les regalaron ropa a todos y meses después se fueron del pueblo, porque ganaron la Lotería.

 Y finalmente, la casa en contra esquina a la de la Señora de la Tienda; un vergel en el desierto, tenían una noria de pozo y cuando  una sola vez en mi vida entré a su huerto del enorme patio y vi los árboles de dátil, el cilantro, cebollitas, yerbas de olor y los banquitos de madera por el caminito del jardín, sentí por segundos que estaba en otro lugar. Recuerdo con gran cariño como la Familia García celebraba cada Navidad invitando a la gente -con las puertas abiertas de su casa-, para que entrara quien quisiera hacerlo y comíamos tamales y refresco, todos por igual, como ordenaba el Sr. García, quien comentaba que así honraba a la vida, por los dones que él recibía tan abundantes. Fue mi gran lección de humanidad, mi bello recuerdo de las casas de mi Barrio.






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