Cierto, la vida se hace en momentos…


Blog escrito por: Laura de Lunne

Enero 1° 2013

TERCER ESCRITO:

Somos la única chispa de luz, con vida propia, avancemos sin temor,

Hasta mañana!


lunes, 6 de enero de 2014

Mis viajes: Monclova - Saltillo, Coahuila




“Eran como las dos o tres de la madrugada cuando oí gritos de dolor que salían del cuarto frente al nuestro, en el hotel en donde se hospedaba tu padre, cuando llegaba de viaje a Saltillo; salí al pasillo y me quedé escuchando aquellas exclamaciones de dolor que no cesaban y toqué en la puerta de donde emanaban diciéndoles que si alguien necesitaba ayuda, que yo era la esposa de Tadeo G. maquinista de caminos de los FFCCNN quien se encontraba hospedado en el hotel; casi inmediatamente se abrió la puerta y un hombre se asomó sujetándose los pantalones y diciendo que necesitaba ayuda, que tenía un terrible dolor de estómago; ante tal situación le dije que mi esposo llevaba siempre en su maleta de viaje, medicinas y que iba a ver que podía servirle, el hombre me dijo que si tenía sal de uvas picot sería bueno porque él creía que alguna comida le había caído mal; fui al maletín y encontré solo un frasco con polvo blanco que me decía Don Tadeo era medicina para el estómago, le serví dos cucharadas soperas en un medio vaso de agua y se lo di a tomar; a la mañana siguiente vimos en el restaurante del hotel a dicho hombre quien fue a darme las gracias  y me preguntó que le había yo dado a beber que había estado algo amargo y difícil de pasar y le había parecido diferente a la sal de uvas, aunque le quitó milagrosamente el cólico y el problema estomacal;  y tu papá le dijo que era carbonato…”

Ciertamente, en verano viajábamos por tren y nuestra primera parada saliendo de nuestro pueblo era Saltillo, Coahuila. Cuando llegábamos a la estación del ferrocarril, con sus faroles de focos que apenas alumbraban el andén y el aire frío como gota de agua suspendida del tejado y ya convertida en candelilla, nos bajábamos con esa lucha entre combatir el frío repentino –después de haber estado en nuestro pueblo cuya temperatura promedio en verano siempre es de 38°  a 44°- y el alborozo por estar ya en el inicio de las vacaciones de verano.

El viaje en sí mismo era una aventura.

Durante el trayecto de Estación Monclova a Saltillo el Encargado de la venta de bebidas, dulces y sándwiches ya había agotado sus mercancías y algunos señores habían tomado algo de más por lo que llegaban dormidos a la Estación, si no hubiera sido por el boleto que el Conductor ponía en el cintillo de su sombrero –previendo su ausencia de la realidad por el exceso de licor-, no hubiera sabido cuál era la Estación en que debían descender del tren ; las señoras había conversado intercambiando recetas de cocina y de algunas curaciones caseras o tips del uso de hierbas buenas para… Los niños, habíamos tomado posesión de la parte media entre dos asientos reclinables –en el vagón de primera clase-  que al unirse respaldo contra respaldo formaban una especie de cueva que algún niño tomaba como propia por todo el viaje y ahí se la pasaba jugando o entrando y saliendo a su escondite, incluso se dormían tranquilamente en ese espacio.

Así que al llegar a Saltillo, la ciudad, esperábamos encontrar novedades,  gente distinta, diferente. En esas ocasiones íbamos a cenar al Restaurante de la Estación o a algún otro  de los que se encontraban enfrente con el rico menudo que gusta tanto a los mexicanos  y a donde mi mamá audazmente iba con la familia a esperar a Don Tadeo que llegara a cenar a aquel lugar “en donde no era conveniente que entrara una mujer sin ser acompañada de un hombre” decían las señoras, lo que  yo siempre escuchaba en aquella bruma entre diversas voces y viendo solo la parte media de sus cuerpos, a mis 6 o 7 años. Otros platillos típicos eran siempre la carne guisada con papas en salsa picante con tortillas de harina – insustituibles para los norteños (que dicen “si son de maíz ni me las mientes (sic) si son de harina ni me las calientes”) y las patitas de puerco lampreadas servidas con sopa de arroz rojo. Se vendían los refrescos Barrilito y Doble-cola. No recuerdo marcas de cerveza, solo que papá tomaba una o dos copitas de mezcal curado de frutas antes de la cena.

De ahí, hala! de regreso a la Estación a esperar el tren Águila Azteca, pero antes creo que es de rigor que diga lo que sucedió en uno de mis últimos viajes de verano de mi niñez, cuando no hubo regocijo de niños ni adultos, a causa de aquel hombre que venía de pasajero…

Continuará

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